jueves


Salgo a la calle para ver si de una vez me lleno de algún otro que no sea yo, que me sequé por dentro. Camino entre el vapor de esta ciudad que parece hacerme trizas las pestañas. Este no es el trópico que promete valles encantados y puestas de sol de primavera, no. Aquí la gente se corroe, se desgasta. Todavía ando lamiendo heridas cicatrizadas que me hacen mirar de un momento a otro para atrás por si apareces a terminar tu encargo. Sigo.
 Llego al lugar de siempre y ahí está, plasmada en la frente de tantos, esa ansiedad colectiva amordazada de vacios. Cuerpos que buscan llenarse de un otro, igual que yo.
Ardemos sobre camas de impaciencia a puerta cerrada para que no se enteren. Hay un desgarramiento de mordida vil que emana peste vieja. Caminamos todos en fila para ver quien se atreve a coger primero. Operamos como agentes de miedo, como siluetas que habitan moribundas por calles intransitables. Y no nos atrevemos a cuadrar miradas, a no ser que nos hallemos desnudos, indefensos.
Me resisto… con garganta floja que anda hablando en monosílabas y a destiempo. Como quien busca una cura que le haga ver todo más bonito. Estoy cansada de abrazar la nada.


Vuelvo a casa





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